jueves, 12 de agosto de 2010

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La utopía de quedarnos en la Tierra

Por Oscar Taffetani


(APe).- Stephen Hawking es miembro de la Real Sociedad Científica de Londres, de la Academia Pontificia de las Ciencias y de la Academia Nacional de Ciencias de los EEUU. Fue por muchos años titular de la Cátedra Lucasiana de Matemáticas en Cambridge. Tiene 68 años y 12 doctorados honoris causa en su haber. Le han sido otorgadas, entre otras distinciones, la Medalla Copley, la Orden del Imperio Británico y el Premio Príncipe de Asturias.
En 1963 le diagnosticaron una terrible enfermedad: la esclerosis lateral amiotrófica, también llamada Enfermedad de Lou Gehrig, anticipándole que moriría pronto. Pero Hawking se obstinó en seguir respirando y pensando, hasta el día de hoy. Y en este tiempo que logró arrebatarle a la muerte ha podido revisar (nada menos) el legado de Albert Einstein y hacer grandes contribuciones a hipótesis científicas como los agujeros negros y el Big Bang.
Se traslada en silla de ruedas (la controla con leves movimientos de su cuello). Habla mediante un sintetizador de voz (que maneja seleccionando letras y palabras con sus ojos). Alguna vez dijo que se sentiría honrado de recibir el premio Nobel (pero en el catálogo de la Academia Sueca todavía no figura la Astronomía).
Recientemente, este hombre cuyo cuerpo entero es una porfía contra el destino, este hombre que con su mero vivir liquida cualquier teoría platónica (y fascista) sobre el mejoramiento de la raza, hizo impactantes declaraciones a una revista web: "Ha llegado el momento -declaró- de liberarnos de la Madre Tierra. El planeta se está calentando, la población crece a un ritmo exponencial y los recursos naturales vitales se agotan. Tenemos que empezar a pensar seriamente cómo saldremos de los límites de este planeta agonizante". Viniendo el diagnóstico de quien viene, vale la pena hacer algunas especulaciones.
Filosofía, ciencia y ficción
La ciencia ficción, que tiene poco de ficción y mucho de reflexión filosófica, se ha ocupado en los últimos cincuenta años de instalar un imaginario sobre lo que va a ser la huida humana de la Tierra, en busca de un lugar donde preservar la especie y su entorno (mito del Arca de Noé), o donde encontrar el agua y los recursos naturales agotados (mito del Paraíso Perdido) o donde redescubrir la civilización perdida (mito de la Atlántida).
Sin embargo, con un realismo que siempre resultó inquietante, la ciencia ficción ha construido dystopías, más que otra cosa. Nos advirtió que el hombre no va a ser distinto aunque huya hacia delante y aunque proyecte en el cosmos su orfandad de siglos y su irremediable incompletud. El hombre es el hombre, con sus pestes y sus lacras. Donde vaya, las llevará con él.
En su relato El Principito, Saint-Exupery imagina a un señor que cuenta estrellas sólo porque nadie las ha contado antes, y sueña que se apropia de cada una, con sólo numerarla. “Son mías” le dice al niño rubio y triste que jamás lo podrá entender. En el mundo del marketing y en el capitalismo todo, la apropiación se funda en ese mismo capricho, en ese mismo hecho injusto: “yo lo vi primero”, “yo llegué antes”, “esta roca es mía”…
Hemos hablado en otras notas de ciertos clásicos de la ciencia ficción, salidos de la pluma de Arthur C. Clarke, Philip K. Dick o nuestro más cercano H.G. Oesterheld. Y siempre dijimos que esas historias hablan del presente, no del futuro. Eso terrible que puede ocurrir mañana, en realidad, ya está ocurriendo. O peor aún: ya ocurrió. Por eso el pensador de ciencia ficción, antes que un viajero o explorador, es un arqueólogo. Se interna en las ruinas de una realidad oculta y nos explica qué es lo que pasó. Cómo fue que llegamos hasta ahí.
Repo Men: invento argentino
Se acaba de estrenar en la web la película Repo Men (Los recolectores). La historia transcurre en una ciudad desquiciada como aquella Los Ángeles del film Blade Runner. La ciencia ha conseguido resolver los problemas de compatibilidad y adaptación de los órganos trasplantados y entonces es una práctica corriente comprarse un corazón o un hígado en cuotas, no importa la edad, para poder seguir viviendo. Como es de suponer, hay corporaciones que lucran con ese tráfico. Y el negocio mayor es venderle a gente desesperada, con pocos recursos, que alcanza a pagar algunas cuotas y luego deja de pagar.
El trabajo (sucio) de los dos amigos que son protagonistas de la historia, es recuperar los órganos de los infelices que no pagan. No importa dónde se encuentre al deudor, se le saca el órgano y se lo abandona a su suerte. Ésa es la ley. La trama se complica cuando uno de los repo men necesita que le trasplanten un órgano, y sabe que no lo va a poder pagar…
Un joven realizador argentino, radicado en Londres (Miguel Vicente Rosenberg Sapochnik) es el autor de Repo Men, película que aunque no ha tenido buena crítica, ya está cosechando público y adeptos en las redes.
Consultado sobre la ambigüedad (o amoralidad, habría que decir) de los personajes, Sapochnik deslizó que “no creo que nos encontremos ante chicos realmente buenos o realmente malos. Son el ying y el yang lo que hace a la gente interesante”. Quizá algo de la filosofía (bastante quebrada y claudicante) de Repo Men esté en la película Trainspotting, de 1996, donde Sapochnik colaboró como dibujante y coordinador de arte.
Aunque se trate de dos planos distintos de la realidad, pemítasenos relacionar el estreno de este film con la exposición de momias “El misterio del cuerpo humano”, inaugurada en el shopping Unicenter estas vacaciones de invierno (como parte de una muestra global que se desarrolla en todas las capitales del mundo, en invierno y verano).
Los cadáveres siliconados, coloreados y momificados que se exhiben han sido exportados desde el distrito industrial de Dalian, en China (con materia prima provista desde la misma China y también desde la India y el sudeste asiático).
La República Popular China es también un gran productor de órganos para trasplantes, ya que por ley, en ese país, se pide el consentimiento a los condenados a muerte, para disponer de todas las partes de su cuerpo (entendiendo, además, que ésa será una manera de compensar a la sociedad por el daño que su crimen le ha provocado).
No es necesario ser muy imaginativo para entender que los repo men ya están entre nosotros, y que la historia “futura” del tráfico de niños y órganos y personas, así como la cosificación y borrado de la identidad en el ser humano, son historias del presente.
Tímida propuesta
Hawking estima que la humanidad tardará unos mil años en hacer inhabitable el planeta, de seguir en el curso actual. “Y siempre está la posibilidad -acota Andrew Dermont, el periodista que lo entrevistó- de que una supernova cercana, un asteroide o un agujero negro nos liquiden a todos”.
Pero no tiene mucho sentido -permítasenos la objeción- escapar de la Tierra, si la inhumanidad y el capitalismo viajarán con nosotros. Un Marte o un Saturno colonizados por nuestra civilización no serán muy distintos de eso que ya tenemos aquí.
La propuesta, entonces -humilde y utópica propuesta- es utilizar todos los recursos humanos e intelectuales disponibles para hacer de la Tierra, antes de que pasen mil años, un buen lugar para vivir.

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