domingo, 1 de marzo de 2009

del Blog de Diana Maffia

Diputada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (2007-2011)
Diana Maffía
hermanas
La presidenta, desde un memorable discurso de campaña en el que nos sorprendió con la repentina incorporación del género, se dirige a nosotras como “hermanas”. Al hacerlo nos involucra en un vínculo de sangre con mandatos naturales de “sororidad” (la versión femenina de la fraternidad). Somos “hembras de la misma progenie”. Quizás la progenie generacional y simbólica de Perón y Evita. Estamos llamadas con ella a resistir las barreras de un difuso contrapoder. Quien se oponga a la voluntad política del kirchnerismo o incluso a sus métodos para hacerla efectiva, será presentado como el antipueblo, la oligarquía, los personeros de la dictadura. La demonización del Otro circunstancial divide tajantemente y de manera irreconciliable el territorio de lo propio y lo ajeno. No cabe el diálogo si hay disidencia, no cabe el debate, sólo cabe la aceptación obediente o la expulsión.
Negarnos a estar de su parte en ese discurso totalizador, aunque más no sea por falta de información suficiente o por dudas, rompe el mandato natural de las hermanas y nos coloca del lado del enemigo. Y al enemigo lo define ella, le pone los adjetivos y los nombres propios, lo deja sin palabra. La lógica del discurso de Cristina es la de contener todo. Se apoya para ello en una legitimidad de origen, que retóricamente llamó “un pecado: haber sido votada por la mayoría de los argentinos, en elecciones libres y democráticas”.
El éxito electoral le permite olvidar convenientemente su propia ilegitimidad: para ser candidata no fue votada por ninguna mayoría, ni atravesó ninguna elección libre y democrática en su partido. Y habla de su “otro pecado: ser mujer”. Más precisamente, la mujer de Néstor Kirchner. Fue puesta por Néstor, como la cara femenina de un proyecto que necesitaba a la vez continuidad y cambio, una contradicción sólo aparente.
Dice Mircea Eliade, al hablar de la función del mito cosmogónico, que el poder de la creación requiere una divinidad capaz de poseer atributos opuestos, que coexisten en ella como potencialidad. La forma en que se representa es muchas veces la de andróginos, o parejas primordiales, o divinidades que son macho un año y hembra al siguiente. El orden derivado de esta totalidad primigenia produce un efecto tranquilizador, que hace que lo opuesto no sea ya irreconciliable sino complementario, y hace del caos algo previsible y estable.
No somos hermanas y hermanos de Cristina y de Néstor. No nos llaman al diálogo. Somos hermanas y hermanos entre nosotros, infantilizados como sociedad en un vínculo en que debemos callarnos cuando hablan los mayores, porque nos tienen de hijos.