jueves, 10 de febrero de 2011

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El patriarcado como trama de los feminicidios


Gabriela Barcaglioni (ARTEMISA)


María Laura Córdoba es una de las ocho mujeres asesinadas en el marco de la violencia de género en enero del 2011. La periodista Gabriela Barcaglioni reflexiona en esta columna sobre los feminicidios como estrategia de control y castigo sobre el cuerpo de las mujeres.
María Laura Córdoba fue asesinada el primer día de 2011. De la crónica policial se pueden tomar una serie de datos que permiten relatar quién, cómo, cuándo y dónde fue asesinada.
Tenía 19 años. Andrés Jesús Loto la golpeó con los puños y los pies en distintas partes del cuerpo, la ató a un árbol y la marcó con un objeto incandescente; la desató, la arrastró de los pelos y la dejó tirada en un paraje de la localidad santiagueña de Villa Hipólita, cercano a Beltrán.
Frente a un femicidio es posible retomar las historias de las mujeres asesinadas, en este caso la historia de vida de María Laura, buceando en ella para hallar elementos que permitan sostener una práctica política de denuncia intentando modificar un estado de cosas, una situación que vulnera el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia.
Repetir una y otra vez su nombre, los nombres de las mujeres asesinadas, para exigir Justicia para denunciar la falta de respuestas a tiempo, integrales.
Pero también, aún sin abandonar la individualidad de una historia, develar una trama en la cual la cultura va diseñando estrategias para naturalizar la violencia que histórica y sistemáticamente se ejerce sobre nosotras, las mujeres, para minimizarla o justificarla.
El femicidio de María Laura Córdoba, o cualquier otro, puede interpretarse como lo hizo públicamente la defensora del asesino, la abogada Miriam Martín, quien en base a la versión que le contó su defendido señaló que los móviles del femicidio serían las supuestas infidelidades por parte de la víctima y la confesión de ser portadora de VIH.
Pero si la clave de interpretación es el patriarcado como un sistema o estructura de dominación, interclasista y metaestable, como lo describiera Celia Amorós, la trama hace eje en niveles ideológicos y simbólicos, en una serie de mitos, conceptos explicativos, valoraciones, asignación de roles y la necesaria socialización y transmisión de los mismos por instituciones como la familia, las iglesias, la escuela, por citar solo algunas.
La antropóloga Rita Segato afirma que el término femicidio/feminicidio desenmascara cómo el patriarcado se sustenta en el control del cuerpo de las mujeres y cuál es su carácter punitivo sobre ellas. Las marcas que la violencia femicida inscribió sobre el cuerpo de María Laura no hacen más que confirmarlo.
Según la autora, la consecuencia práctica de no entender estos homicidios como crímenes de odio contra las mujeres por el solo hecho de serlo es la 'propensión a justificarlos.'
'María Laura era infiel' es el argumento elegido para justificar el asesinato; aunque la pregunta que surge inmediatamente es si acaso no lo era el victimario que tenía otra mujer al momento de cometer el asesinato, como una forma de mirar a contraluz la norma que valora la conducta según se trata de un varón o una mujer.
También resulta un justificativo para convertir a la víctima en su propio verdugo el hecho de repetir –no sólo lo hizo la abogada defensora, sino los medios de comunicación locales- que la mató porque se habría enterado que era portadora de HIV.
Ambas consideraciones aisladas, sin el contexto del patriarcado, explican el homicidio, lo justifican y lo cierran en un episodio de índole policial. Pero pensarlo como una expresión de la violencia masculina/patriarcal justifica el sentido de control y posesión del cuerpo femenino y la idea de disciplinamiento que conlleva la violencia sobre aquellas mujeres que infringen el modelo de comportamiento esperado y deseable. Sobre todo cuando los femicidios se suceden con tanta similitud, con los mismos modus operandis, y generan las mismas defensas de quienes los cometen ('la maté porque el hijo que esperaba no era mío', 'si no era para mí no era para nadie', 'me era infiel').
La conclusión planteada por Segato en 'Qué es el femicidio. Notas para un debate emergente' es contundente y permite seguir reflexionando: 'En las marcas inscriptas en estos cuerpos los perpetradores publican su capacidad de dominio', dice la autora. No se trata de un acontecimiento aislado sino de un estilo de trato continuado, el femicidio es el epílogo de un círculo de violencia creciente.
Una de las hermanas de María Laura, Sandra Córdoba, recuerda que la relación llevaba dos años y que varías veces su hermana fue violentada físicamente: 'una vez la dejó muy estropeada, casi la mata'. Como una letanía ella repite que su madre fue a la comisaría a denunciar al victimario, pero 'como no era ella la víctima, no se la tomaron'.
Es imprescindible sensibilizar a las mujeres en particular y a la sociedad en general sobre las violencias para desnaturalizarlas y darles visibilidad. Pero aún así no basta, habrá que tener respuestas concretas y efectivas para las demandas, políticas articuladas y no anuncios de ocasión o sin recursos económicos y profesionales.
Los cambios sociales e individuales llevarán tiempo, no son inmediatos. Mientras tanto, para la familia de María Laura la espera es que la Justicia sancione una conducta que terminó con la vida de una joven de 19 años.