martes, 30 de junio de 2009

at. ANA GERLEIN

Por qué perdieron
Fernán Saguier
LA NACIÓN, Martes 30 de junio de 2009
En política, los errores al final siempre se pagan.
El oficialismo acaba de conocer esta máxima inexorable de la vida pública después de dos años de yerros tan gruesos como irremontables.
Nuestro sistema político tiene sus imperfecciones, pero cada tanto impone un higiénico chequeo de salud que consiste en revalidar los títulos mediante elecciones legislativas. Estas pruebas son un termómetro fiel para medir el estado de ánimo de la población. Para quienes compiten, se trata de llegar a esa fecha simplemente prestando atención a las demandas ciudadanas.
Nada de eso ocurrió aquí últimamente. Aquí perdieron porque se perdió la capacidad de escuchar. Perdieron porque se blindaron ojos y oídos hasta desalojar cualquier voz disonante de las propias filas del oficialismo. Perdieron porque faltó humildad y se avanzó a puro orgullo y empecinamiento. Aquí perdió el gobernar a libro cerrado, con la política del hecho consumado, sin espacio para matices o sutileza alguna. Perdió la réplica exasperada siempre a mano, la iracundia a flor de piel, implacable tanto con el más duro opositor como con el consejo honesto y cuidadoso de organizaciones civiles, clérigos o de quien fuera.
Si hubiera que extraer del rosario de tropiezos los determinantes, hubo diez errores clave que espantaron del oficialismo a quien la historia de este país enseña que nunca conviene descuidar: el ciudadano independiente, el votante no cautivo que define cada elección desde que tenemos memoria democrática. Ese que frente a las urnas varía según el menú electoral y cuya sensibilidad, por lo general, exige tres condiciones indispensables que van más allá de ideas y propuestas: la racionalidad, el equilibrio y la moderación. Este sujeto es el que ahora irrumpe con su mensaje incontrastable para perplejidad de los destinatarios.
Al Gobierno le queda por delante un inventario obligatorio de sus sonoros pasos en falso. ¿Por dónde empezar su autocrítica? Esta es mi lista:
La manipulación del Indec. El pecado original que impone un primer mea culpa. Dos años diciéndole a la gente que sigue gastando casi lo mismo -porque de eso se trata- representan un cachetazo al sentido común, una burla a la inteligencia. El oficialismo se fue inmolando a fuego lento al difundir, mes tras mes, estadísticas absurdas, indigeribles para el bolsillo. Caricatura que encarnó el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, quien con sus anuncios de precios regulados y arbitrarias intervenciones en empresas privadas completó la imagen del grotesco.
La inseguridad. Es el primer tema de preocupación en las encuestas en todo el país. Se trata de un drama que atraviesa por igual a todas las clases sociales, y que en los últimos tiempos causó conmoción, además, porque introdujo palabras inéditamente aterradoras entre la opinión pública: narcos, sicarios, crímenes por encargo, carteles de acá y de allá. La desprotección general despertó otro aspecto clave, el emocional. La sociedad, especialmente en el área metropolitana, se acostumbró a vivir con miedo y el Gobierno respondió a esto con la misma estrategia del Indec: negando la percepción del público, insistiendo, sin convencer, en que se trataba sólo de una "sensación de inseguridad".
El factor "violencia política". Este tiempo consagró también una variante cobarde de violencia: los perversos escraches, responsabilidad de la cual el oficialismo no puede rehuir. Pero hubo más. ¿Cómo olvidar aquella incursión nocturna a la Plaza de Mayo del ex piquetero Luis D´Elía, el año pasado, contra caceroleros espontáneos? Se vulneró allí un límite sagrado de nuestra convivencia social, al utilizar la violencia contra una demostración pacífica. En un país aquejado hasta entonces por discursos incendiarios, esa noche se pasó de las palabras a los hechos. Y más daño aún ocasionó, pocas horas después, la imagen del propio D´Elía, sentado en el palco oficial de la Presidenta en un acto en Parque Norte. El mensaje emanado desde lo más alto del poder no pudo ser peor. La intemperancia no merecía condena, sino cobijo oficial. Esa mochila no reconocida pesa más de lo que se supone.
El querer ganar "como sea". Si adelantar la fecha de las elecciones a junio fue un ardid electoralista, el lanzamiento de las candidaturas "testimoniales" clavó una estaca fulminante en la confianza de la población. En tiempos en los que, según el sociólogo Eduardo Fidanza, el republicanismo está en alza, detrás de tal artimaña pudo leerse que el Gobierno no toleraba perder. Exceso de astucia, diría Alvaro Abós. La gente no perdonó y le dijo "basta" al querer ganar "como sea".
La pelea con el campo. Dejemos de lado la discusión económica. Lo fundamental aquí es que el Gobierno ofendió de manera irreversible a miles de ciudadanos anónimos, indefensos y de a pie. Insultó su dignidad sin disculparse, al vincularlos con lo más oscuro de nuestro pasado, para terminar usándolos como artilugio de campaña para captar el voto de los menos favorecidos. Está probado: nada paga menos en las urnas que buscar enfrentar a unos argentinos con otros.
El conflicto permanente. El oficialismo violentó aquella regla de oro que dice que los gobiernos deben solucionar los conflictos y no generarlos. Lo cierto es que pelearse todos los días con alguien diferente terminó por hartar a prácticamente todo el mundo. No se puede vivir tanto tiempo bajo tanta tensión y agresividad. El estilo fogoso que en los primeros años arrojó réditos electorales al transmitir sensación de autoridad expiró hace rato sin que el oficialismo se hubiera percatado de ello. El Gobierno careció de toda iniciativa de mejora institucional; más bien, caminó en sentido contrario, disolviendo la institución presidencial y dejando las decisiones en manos de alguien que no había sido elegido.
Los tarifazos. Salvo la nafta, las boletas de luz, gas, TV por cable, los viajes en colectivo, taxi y tren subieron en un abrir y cerrar de ojos? en los albores del año electoral. Y todo por evitar asumir el costo político de escalonar los aumentos en los años previos. Pretender ser siempre popular nunca es gratis. El problema, aquí, es que la factura acumulada llegó de sopetón y se hizo políticamente impagable.
Confiscar los ahorros jubilatorios. ¿Qué señal más pavorosa podía recibir el mundo empresarial que ese gesto de desesperación fiscal? Echar mano de los ahorros privados mediante arcaicos discursos ideológicos dinamitó el clima inversor. Se estaba dispuesto a todo con tal de mantener la caja. Siendo la memoria casi un acto reflejo del hombre de negocios, el regreso del Estado confiscador reactivó la conocida sensación del "sálvese quien pueda". Luego llegó la crisis mundial, pero, comparado con este manotazo de ahogado, todo lo siguiente para el ánimo empresarial fue post mórtem.
La intolerancia con la prensa. Pocas cosas dan cuenta de la genuina vocación democrática de un gobierno como su relación con los medios de comunicación. Al escapar de las conferencias de prensa y hostigar sin respiro a los medios independientes, el oficialismo menospreció a lectores y audiencias masivas, exponiendo su costado más denigrante. Para colmo, la Presidenta cometió un error imperdonable cuando acusó de "mensaje cuasimafioso" al ilustrador Sábat por una inocente caricatura. Así, descalificó a uno de los artistas más respetados del Río de la Plata. Para prácticamente todo el periodismo, ese exabrupto terminó de certificar que el Gobierno vivía aquejado por fantasmas y confabulaciones propios de su realidad psíquica. Gente que dice una cosa así se volvió indefendible hasta para los más honestos comunicadores afines.
Para terminar, el miedo. La inseguridad, los precios dibujados, los tarifazos, la pelea con el campo, el conflicto permanente, la intolerancia ante la prensa? resultan un cóctel demoledor para cualquier oficialismo frente a una elección. Pero en el final de la campaña, por si hubiera habido poco, el dengue y la gripe A causaron estragos de los que todavía no nos notificamos debidamente. Porque cuando el factor psicológico del miedo entra en los hogares tan rápida y fácilmente, cualquier batalla está perdida de antemano. La noción de que en la llegada de estas plagas hubo inacción, imprevisión o especulación oficial terminó por tumbar al caballo del comisario con todas sus mañas juntas.
El kirchnerismo demostró en todos estos años que supo corregir el rumbo cuando estaba contra las cuerdas. Está por verse cómo reacciona ahora, tirado boca abajo, en la lona.