Lejos de dioses y demiurgos
Por Silvana Melo
APe).- Ella tiene dieciséis y asegura que decidió engendrar. Si se la apura un poco en su cortedad, si se le pregunta más de lo deseado, el carácter voluntario del crecimiento de ese vientre moreno empieza a derrumbarse. No es sencillo para ella permanecer. Seguir fatigando unas horas del secundario y volver a casa, donde la historia familiar es dura, con una madre atrapada por los fantasmas de la carencia, el alcohol y los golpes. Su futuro es tan cortito, sus sueños tan modestos, que no encuentra en la mínima otredad una alternativa que no sea otra construcción familiar, desprevenida, improvisada, insegura. Ella con sus dieciséis se topa con alguien que la acompaña -acaso sólo por unas cuadras de su vida- y decide parir pero no lo decide. En realidad, su única voluntad es huir del útero primigenio y oscuro. Y proveerse otra vida a tientas, sin pensar en el futuro que a ella se le aparece como los pocos metros que quedan para la esquina. Repetirá la historia porque está programada para el desamparo.
Acaso no exista una paridad más potente a la mitología de Dios que una mujer cuando decide hacer vida. La gestación de nueva luz en el propio cuerpo en la reiteración voluntaria y cotidiana de la cosmogonía universal es la única apuesta humana que emparda a la divinidad. Crear vida no es sólo el mito del barro insuflado por un hálito superior. Es también la panza enorme que la mujer echa adelante con orgullo, tomándola por abajo y chancleteando su camino a la diosencia.
Ella con sus dieciséis está muy lejos de tocarse el hombro con la divinidad. La vida le asesta un niño en el que se verá niña en poco tiempo y que le pesará toneladas dentro del cuerpo y fuera de él. En el alma y en la mesa de los días.
Como a la piba de quince con familia quebrada y ausente, invisibilizada por las estructuras estatales y sola de toda soledad que decide -¿decide?- parir como única forma de tener algo propio. Un niño que la demande, la necesite, la llore, la devore en su lucha por sobrevivir. Y que probablemente conozca la soledad intra y extra útero como crónica aprendida y fatal.
Como la de diecisiete, que desconoce toda herramienta de prevención y cuidado de su salud, que no tiene rumbo ni porvenir más extenso que la hora siguiente, que tantas veces logra un minuto de no conciencia con sustancias y alcoholes y que un día nota que su cintura se engrosa y lo niega y busca en la sangre que aquello no crezca. A veces son dos vidas niñas que se cortan de cuajo en un sucucho de los márgenes.
O la de catorce que un día sorprendió su vientre crecido fruto del abuso y la violencia. Y no quiere ni desea aquello que crece. Ymañana serán dos niños solos y en abandono.
Infancia que no se ve. Desaparecida de todos los rangos sociales, de todos los programas estatales -que hasta ofrecen teléfonos que nadie conoce a los que las nenas invisibles deben llamar para saber qué hacer para no quedar embarazadas como si se tratara de un acto consciente y desprovisto de contexto-. Desaparecida y sola.
Más de 115 mil chicas de hasta 18 años fueron madres en 2008. Una cada cinco minutos, calculan las estadísticas como para darle mayor efectividad al número. La mayoría fueron embarazos no deseados.
Se trata del 15,4 por ciento de los nacimientos totales en el país durante ese año.
Las cifras tienen una coincidencia contundente: en las provincias donde la pobreza, el hambre, el desempleo, la deserción escolar levantan los índices, las chicas se convierten en madres sin desearlo. O empujadas por una historia de la que no se pueden correr. Heredada, inexorable, fatal. Chaco (24,7 % de los nacimientos), Misiones (22,04%), Formosa (21,47%), Santiago del Estero (20,07%). En la ciudad de Buenos Aires la tasa de nacimientos adolescentes no supera el 7.08 por ciento. El corte brutal de la desigualdad, firme y corrosivo.
El informe oficial del Ministerio de Salud dice que la mayoría de las mamás adolescentes tienen entre 15 y 19 años. Y que los embarazos en las niñas de entre 10 y 14 años tienen raíz, generalmente, en hechos de violencia dentro de la propia familia.
Si hace falta más, la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC aporta números de 2009. En las grandes grandes ciudades “viven aproximadamente 32 mil adolescentes con entre 14 y 20 años que declaran tener al menos un hijo. Estas jóvenes tienen perfiles socioeconómicos muy diferentes al promedio de las adolescentes. El 40 por ciento pertenece al quintil más pobre de la sociedad y otro 34 por ciento al segundo quintil. El 83 por ciento ha dejado de estudiar. El 59 por ciento no trabaja ni busca trabajo, es decir, se ha convertido en ama de casa, el 22 por ciento está desempleada y sólo el 19 por ciento tiene empleo”.
Invisibles para el Estado -que sólo los agrupa como números fríos en las estadísticas oficiales- los niños no deseados, los niños de la fuga y de la ausencia de futuro, los niños del abuso y del desamparo, serán otro eslabón de una historia gruesa y extensa de abandono. Sus madres pueden morirse en el parto, ellos serán flaquitos o de pulmones frágiles, nacerán antes de lo previsto, rodarán solos, niños de niñas solas en la honda trinchera del mundo. Tan lejos de los dioses y los demiurgos.
Fuentes de datos:
Todo Noticias (TN) 16-09-10, Diario El Siglo Web - Tucumán y Diario Hoy -
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