a Jorge Carrascosa( de radiopasillo.wordpress.com)
Qué pasaría si durante este mundial de fútbol, millones de seres humanos, de personas, dejaran de mirar la televisión, perdón, el plasma, de 30 ó más pulgadas, colgado en el mejor espacio de su casa, en los bares, en las avenidas, en los espacios públicos, en las mansiones de San Isidro y el las casillas de las villas, en la peluquería, en las aulas de los escuelas públicas, de los colegios, en las salas de espera de los hospitales, en los subtes, en los celulares, en los súper, en los chinos, en las comisarías, en los gimnasios, en las estaciones de ferrocarriles, en los micros de larga distancia, en las estaciones de servicio, en las cárceles.
No sé, me parece, digo, habida cuenta que las estrellas de este mundial tan pero tan inverosímil, -se juega en un país que no tiene nada que ver con el fútbol, es una país grande por su tradición de lucha y rugby, sí, Mandela supo portar la camiseta de las Gacelas para consolidar la unidad nacional-, digo, las estrellas se van lesionando una a una, se lastiman solos, se lesionan sin jugar siquiera. Claro, más allá de que el comercial de la cerveza horrible insista con que Dios es argentino, cree en nosotros y nos mande a embanderar los balcones porque este mundial, el del Diego (representante de Dios en la tierra), va a ser nuestro.
No quiero abusar demasiado con el remanido “pan & circo”, ni, como lo hace gente más sesuda, intentar un boceto de ensayo sobre “capitalismo y fútbol”. Si Marx hubiera vivido por estos días lo más que seguro es que no hubiera insistido con que “la religión es el opio de los pueblos”. No amigos, el opio de los pueblos del siglo XXI es redondo y liviano. Y ni siquiera es de cuero. Culto universal que tiene su sede en Zürich, como casi todas las cosas muy importantes de este planeta. Una de las capitales del país de la neutralidad, la democracia directa y el secreto bancario, estos últimos propiciados por un teólogo francés nacido en una ciudad llamada Picardía, un tal Calvino, padre a su vez del capitalismo.
No, nada que ver. Por razones que no vienen al caso yo he decidido no mirar el mundial y les aseguro que me ha entrado en los pulmones un aire de lo más limpio. Y en lo estrictamente deportivo y nacional, sé que la frustración de nuestra formación va a ser grande, más allá de los cartelitos de autoayuda que el DT de la AFA ande pegando por los pasillos de la sede argentina ni de las intensas charlas que tenga con el “barba”, como él le dice, que parece lo atiende en línea directa las 24 horas. O más allá de que nuestra delantera sume algo así como 300 millones de euros. El fútbol, a Dios gracias, con el perdón de la palabra, -no me animo a llamarlo como lo hace el “seleccionador nacional”-, sigue siendo un juego colectivo, a eso no hay con qué darle. Y de eso, nosotros, nada.
Pero bueno, no quiero molestarlos con mi ocurrencia. Ni ser inoportuno. Sé que hay mucha polítiquería en juego, mucha plata, mucho multimedio, mucha barra brava haciendo fuerza para que el mundial nos distraiga de otros partidos más serios y definitivos. Sé que la patria deportiva va a pretender seguir usurpando títulos y honores, en detrimento de héroes humanos, de soldados que dieron sus piernas y brazos por la celeste y blanca, su corazón ensangrentado, también contra los ingleses, combatiendo por la soberanía de unas islas heladas. Y por la camiseta, eh, no fue por plata. Eso sí, ahora resulta que es por plata la cosa, porque parece que las Islas son una de las reservas de petróleo más grande del planeta. Incluso el año pasado la Unión Europea no tuvo mejor idea que declararlas territorios de ultramar de Europa. Así de corta la bocha.
Yo me voy a divertir de lo lindo mirando el cielo, las estrellas temblar de frío, escribiendo mucho y leyendo algún buen libro. Conversaré con algún amigo pero no de fútbol. Qué sé yo, de cómo ser mejores padres, más hombres. Viendo qué me pasa con esta libertad que me permito y qué le pasa a la gente en la calle, con su módica ración de sueños fluorescentes. Su escueta dosis de droga universal libre y gratuita. Vaya a saber, nunca lo viví antes. Más bien, todo lo contrario.. Pero ando raro últimamente. Qué sé yo, digo pavadas como esta. Me pregunto y cuestiono casi todo. Incluso me parece que ando con unas terribles ganas de que seamos libres. Eso no me lo puedo sacar de la cabeza. Claro, libres y ricos. Riquísimos. Un pueblo de hermanos. Una nación de señores. Ojo, no me siento superior ni mucho menos. Es más, este panfleto es un convite. En una de esas se corre la bola
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