domingo, 3 de mayo de 2009

at. Eduardo Meneghelli

‘Pupilas’ de San Julián se niegan a prestar servicio

San Julián. El 17 de febrero de 1922. Tras finalizar la campaña donde el ejército fusiló a cientos de peones rurales en Santa Cruz, el comandante Varela le dio franco a los soldados. Un numeroso grupo se dirigió al prostíbulo La Catalana. Las mujeres los recibieron con las escobas en alto y, sin temor a ninguna represalia les gritaron "Asesinos! Con ustedes no nos acostamos!", mientras cargaban las escobas en la espalda de los represores. Van presas. "Son las únicas voces de repudio en medio del silencio de la sociedad cómplice. Temiendo que el episodio se difundiera se las deja en libertad... total... era la opinión de cinco pobres mujeres", dice Osvaldo Bayer, investigador, escritor e historiador que recuperó los episodios de aquella trágica represión. Se cumplieron 86 años de aquel momento y se presentó un libro en homenaje a esas mujeres que marcharon presas tras su negativa. La negativa de las mujeres El 17 de febrero de 1922 en Puerto San Julián, Santa Cruz, más precisamente en el prostíbulo "La Catalana" Consuelo García, 29 años, argentina, soltera; Ángela Fortunato, 31 años, argentina, casada; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina, soltera; María Juliache, 28 años, española, soltera; Maud Foster, 31 años, inglesa, soltera; junto con Paulina Rovira, la dueña del prostíbulo, encabezaron lo que Osvaldo Bayer llamó "la única derrota de los vencedores". En un artículo escrito por Bayer, sobre este tema destaca que "tras la campaña de caza a los huelguistas, los soldados habían demostrado ser "fuertes, duros y machos" fusilando sin asco a indefensos obreros gallegos, chilenos, polacos, rusos, alemanes, argentinos, por la osadía de pedir una cama limpia para pasar la noche, un paquete de velas, y jornada de descanso. "Cumplida la carnicería, Varela consideró pertinente, para solaz y esparcimiento de sus subordinados, enviarlos de visita a los prostíbulos de la zona. Paulina Rovira, encargada de la casa de tolerancia "La Catalana" en San Julián, recibe el aviso. Pero, las cinco pupilas del establecimiento se le rebelan. Llegada la tropa, las mujeres esgrimen palos y escobas y al grito de: "Asesinos, cabrones, no nos acostamos con asesinos!" rechazan a los soldados. Este episodio, que el tiempo ha convertido en leyenda, forma parte ya de historia de las huelgas y fusilamientos en la Patagonia, y ha sido recreado de diversas maneras. Desde la serie histórica novelada por Osvaldo Bayer en Los vengadores de la Patagonia Trágica; el texto dramático para ser representado en El maruchito: sangre y encubrimiento allí en las tierras del viento, de Juan Raúl Rithner; y la obra en Pupilas del desierto de Lili Muñoz. Mujeres sin voz Estas mujeres no tenían voz para la historia oficial, "eran mujeres públicas, lisa y llanamente, putas, último lugar social, seres desclasados; pero fueron, sin embargo, las únicas que se atrevieron a enfrentar a los asesinos y resistir desde el mínimo lugar de dignidad que les habían dejado", dice Bayer. Después de su increíble acto de rebelión, se hicieron invisibles para la versión estatal, por voluntad propia, sabiéndose la parte más delgada del hilo, o por voluntad del relato oficial, a quien convenía su invisibilidad. Bayer cuenta que estas mujeres a causa de su rebelión fueron detenidas en la comisaría de San Julián, y que con ellas marcharon los tres músicos del prostíbulo: Hipólito Arregui, Leopoldo Napolitano y Juan Acatto, que son dejados de inmediato en libertad al llegar a la comisaría porque declaran solícitos que reprueban la actitud de las pupilas. Además, son músicos que siempre prestan sus servicios gratuitos en las fechas patrias. Cuando decir No es ganar La orden del militar a cargo de la tropa, ante el "no" de las pupilas, de ingresar al prostíbulo aunque sea por la fuerza, lleva a que las pupilas se defiendan con sus armas (escobas, palos, etc.) e impidan de ese modo que la violación (invisible para la sociedad) se concrete. De acuerdo a la lógica militar la violación de esas mujeres no era, propiamente, una violación, sino el derecho del vencedor de usar a los vencidos, y por eso ellas deben defenderse con sus propias manos. Enfrentando de manera visible lo que los militares habían realizado de manera invisible. El prostíbulo estaba en el pueblo, todo el mundo vería que disparaban a mujeres desarmadas, en cambio nadie vio cuando disparaban sobre peones desarmados. Ese es uno de los desafíos que las pupilas le arrojan a la cara a las tropas de Varela. Pero Varela sabe que dar la orden de disparar sería una victoria pírrica. El pueblo se coloca del lado de las tropas de Varela, por miedo, y nadie (ni sus propios compañeros músicos) se pone al lado de ellas. Ellas ponen su cuerpo en escena, como campo de batalla. Y ganan, aunque esa batalla ha quedado en el olvido hasta que Bayer recupera la dignidad de esas mujeres.

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